Decía el escritor inglés William George Ward que el pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; y el realista ajusta las velas.
España es un galeón que navega por el mar de la crisis con una tripulación gobernada por optimistas: el capitán se mantiene firme en el puente de mando, rodeado por sus fieles oficiales, esperando a que el viento cambie.
En las empresas españolas nos encontramos muchos pesimistas (siempre se quejan; lo hacían en 2007 cuando nuestro PIB crecía y lo hacen ahora que decrece), muchos optimistas (que no hacen nada salvo limitarse a esperar un cambio de tendencia) y unos pocos (los menos) realistas: las personas que ajustamos las velas en función de la dirección e intensidad de los vientos.
Comento esto porque hace unos días me comentaban los alumnos que “se respira un cierto optimismo”. Cierto. Pero se trata más de personas con pensamientos positivos a la espera de un cambio de viento (como diría Ward) que individuos cuyo estado de ánimo viene condicionado por una análisis sereno y objetivo de la realidad.
Las economías más importantes han dejado atrás la recesión. Pero eso no implica una recuperación vigorosa (simplemente han dejado de caer). Mientras tanto, España seguirá cayendo cuando finalice el 2010 (a menor velocidad, eso sí) y estamos más cerca de una segunda recesión (encadenando dos trimestres consecutivos negativos si el tercero de este año fuera negativo –que parece lo será- y el cuarto siga la misma tendencia –que pocos datos animan a los contrario). No hay que caer en el pesimismo, sino tomar medidas (ser realista) algo que nuestros gobernantes aún no han decidido hacer.
Todo el arsenal desplegado en forma de estímulos (Planes E para los ayuntamientos, ayudas para automóviles, electrodomésticos…) han generado un insignificante crecimiento (en el segundo trimestres de 2010) del 0,2%; motivo de satisfacción para los optimistas y de preocupación para los realistas.
Sea una “W” (una segunda recesión tras un periodo de crecimiento leve vivido hasta este tercer trimestre de 2010) o una “L” (dejamos de caer, pero tendremos una larga época de crecimientos insignificantes) es absolutamente necesario realizar profundas reformas (lo que se ha hecho hasta ahora, si bien es un primer paso, resulta absolutamente insuficiente).
Vientos favorables, haberlos haylos: las economías emergentes se recuperan, Latinoamérica mantiene un ritmo de crecimiento significativo y la locomotora alemana comienza a carburar (pero tengamos en cuenta que la debilidad esgrimida por el euro durante la crisis de la deuda griegohispanolusa ayudó a sus exportaciones). Pero la fuerza de esos vientos queda relativizada por las incertidumbres que generan importantes economías como la británica (déficit y deuda) o la propia estadounidense (la crisis inmobiliaria persiste y no se termina por comenzar a crear empleo); o la certeza al respecto de los graves problemas a los cuáles se enfrentan países como Grecia o Irlanda.
Pero sobre todo continúan soplando vientos adversos dentro de nuestro propio país. La tasa de desempleo cabalga a sus anchas por encima del 20% con una reforma laboral que no ha dejado satisfecho a nadie (ni a los sindicatos, ni a los empresarios ni al gobierno…). El crédito no termina de fluir (los bancos suficiente tienen con atender sus propios compromisos mientras vigilan el ritmo de crecimiento de la morosidad).
La reducción del déficit es una especie de misterio ya que resulta complicado controlar las diferentes fuentes de generación de gasto público, especialmente la de algunos ayuntamientos y comunidades autónomas que se van a enfrentar en 2011 a desafíos impresionantes. Por cierto, con el desmadre de ayuntamientos y comunidades, ¿cumpliremos nuestro compromiso de reducción del déficit -6% del PIB- en 2011? El que vea pocas probabilidades ya sabe lo que nos espera: volverán los problemas con el diferencial de la deuda (reviviremos mayo de 2010).
Con un 20% de paro (el FMI dice que no volveremos a crecer por encima del 2% -el mínimo exigible para comenzar a crear empleo- hasta 2016), los mercados controlando nuestra inversión pública, recortes, falta de crédito, incrementos de impuestos, desastre inmobiliario y administraciones públicas hiperdimensionadas (por cierto, solo la administración central ha incrementado un 2,6% el número de funcionarios)… el mercado interior tardará en recuperarse. El único clavo ardiendo al cual podemos agarrarnos es la (esperemos) recuperación exterior. Pero aquí las empresas españolas se darán de bruces con la cruda realidad: no son competitivas. El desmadre de la época de crecimiento nos ha conducido a la situación actual en la cual la proporción entre salarios y resultados es desastrosa; hemos ido incrementando salarios sin incrementar los resultados generados de forma proporcional, lo que ha dejado muy tocada a nuestra productividad. Cierto es que las exportaciones españolas han crecido en la primera mitad del año un 16%. Pero en los últimos tres meses presentan un estancamiento en su ritmo de crecimiento preocupante y, a pesar de crecer, estamos muy lejos todavía del volumen alcanzado en 2007 (si todo va bien cerraremos 2010 con un volumen similar al de 2006). En otras palabras, no estamos aprovechando (o no podemos aprovechar) la recuperación exterior con las mismas posibilidades que nuestros competidores francos, germanos o anglosajones.
Y recuerdo (por si alguno lo había olvidado) que seguimos teniendo un millón de pisos sin vender (más de 150.000 millones en ladrillos dentro del balance de bancos y cajas) y que nadie sabe cuándo se venderán (y los promotores deben a la banca 400.000 millones). Con un mercado inmobiliario muerto (los promotroes no bajan el precio; prefieren que se lo quede el banco), tarde o temprano aparecerá ese agujero de más de 500.000 millones de euros.
Ser un país con muchos pesimistas (por mucho que hagamos España seguirá siendo España), con muchos optimistas (sin hacer nada volveremos a ser la alegría de la huerta en la champiñón league) y pocos realistas (pero…¿tendremos que ajustar alguna vela, no?) ha generado otro problema: en otros lugares (como Alemania) la crisis ha motivado a las personas para cambiar (a pesar de no tener problemas de deuda, Alemania a recortado su gasto público; a pesar de no tener un 20% de paro, muchos países introducen mejores) mientras que en España no hemos aprovechado la crisis para realizar las profundas reformas que hace años se vienen exigiendo.
Y aquí recurro de nuevo a una frase de Ward: Las oportunidades son como los amaneceres; si uno espera demasiado, se los pierde.
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