lunes, marzo 12, 2007

El fin de la tiranía de las máquinas

La semana pasada en una conferencia sobre Innovación un asistente me recordaba un pasaje del libro “De la empresa jurásica a la e-mpresa evolucionada” escrito con mi amigo Angel Arbonies en el cual decíamos que el Siglo XX había sido el Siglo de las máquinas. Éstas mo solo han penetrado hasta los lugares más recónditos de nuestra vida cotidiana (desde las fábricas hasta nuestra cocina) sino que incluso han generado una nueva forma de pensar: el pensamiento mecánico.

“¡Eres una máquina!” es la expresión que utilizamos para calificar de forma positiva a alguien muy capaz. De la misma forma empleamos la frase “funciona como un reloj” como expresión de que las cosas van bien. La forma de pensar de los organizadores de cualquier actividad (sea la que sea) conduce a que las personas y máquinas realicen el trabajo requerido en cada parte para lograr después integrarlo todo en el objetivo final. Lo ideal es que nadie sea imprescindible (ni máquinas, ni personas). La repetibilidad es la meta y la precisión el camino. La mayoría de las organizaciones, en todos los campos, están concebidas como una máquina que procesa información, creando las bases de la empresa burocratizada. Esto no solo sucede en las fábricas industriales: sucede en las administraciones públicas, los seguros, la banca, la educación y en muchos otros servicios. Las personas deben comportarse como partes de la máquina con instrucciones y códigos de conducta precisos. Y la tiranía de las máquinas va mucho más allá: si nos fijamos, en muchas de nuestras organizaciones los trabajadores dependen de las máquinas, que son quienes determinan la forma de la organización por encima de otras prioridades.

Para muchas personas no existe otra forma de organizarse. Este tipo de pensamiento mecánico está peligrosamente arraigado entre directivos. El organigrama es el icono de la organización por excelencia. Es la representación de una empresa dividida en departamentos funcionales. Cada departamento se especializa, siendo el departamento de producción el que desarrolla más funciones en la empresa industrial y, debido a la necesidad de control, es la función que cuenta con más supervisores. La línea de mando es la columna vertebral de la empresa. El diseño es siempre de arriba abajo y desde cualquier parte solo hay una ruta hasta lo más alto. Las órdenes viajan por rutas predeterminadas y salirse de las mismas es algo no deseado Toda la organización es una máquina, un sistema racional. Los directivos piensan y diseñan mientras los trabajadores obedecen y actúan. Taylor dijo expresamente “a los trabajadores no se les paga por pensar, porque ya existe gente pagada para ello”. Las personas son solo fuerza de trabajo (mano de obra, como todavía dicen algunos). No es de extrañar que Taylor fuera declarado el enemigo de los trabajadores aunque sus principios fueron utilizados tanto en el mundo capitalista como en el comunismo del Este de Europa, ya que el taylorismo es, sobre todo, un arma de control, por encima de cualquier ideología.

El problema es que estos principios han sido (y son) algo más que management: una fuerza social que ha perfilado nuestra forma de pensar y racionalizar nuestras rutinas cotidianas de la que no es fácil desprenderse. Este modelo sirvió a lo largo del Siglo XX, cuando las empresas precisaban de forma urgente un modelo de organización que produjera de forma rápida cantidades ingentes de productos para satisfacer una demanda aparentemente insaciable. La tecnología al servicio de la productividad. La organización en pos de la eficiencia. Pero hoy los problemas son diferentes; la oferta supera a la demanda; donde había eficiencia necesitamos diferencia (diferenciación, seducción, innovación en oposición a la imitación). Nuevos problemas que requieren nuevas soluciones.

Necesitamos innovación. Pero, seamos sinceros: la inmensa mayoría de las empresas no están preparadas para innovar. El concepto podrá ser utilizado por sus directivos en discursos, memorias y publicaciones internas, pero jamás pasará de ahí. Porque muchas organizaciones están contaminadas por esa sensación de eficacia basada en la especialización y división de tareas y, por causa de ello, son y serán incapaces de innovar. Si la rutina es cuestionada, la organización y los individuos son incapaces de resolver los problemas más sencillos, con premisas nuevas. Se crea una pasividad general muy frecuente en organizaciones de este tipo. Las personas se vuelven tremendamente apáticas: a veces saben como resolver problemas y simplemente no quieren y, otras veces, simplemente no pueden aunque quieran.

Las organizaciones actuales están innovando en procesos: BRP, Business Process Re-engineering; digitalización de procesos a través de las TIC (ERP, e-Business); etc. ¿Y que sucede con las relaciones? ¿Qué sucede con las personas? Las personas, por encima de todo son personas, seres humanos, y no responden a principios mecánicos. Si no se divierten se inhiben y las organizaciones pierden su inteligencia creativa tan necesaria cuando aparecen las oportunidades y éstas, aunque pasen por delante de la puerta, no se aprovechan. Sin creatividad no hay innovación y sin libertad no hay creatividad.

Es necesaria una Innovación en Relaciones. El pensamiento mecánico ha de ser sustituido por el pensamiento humanista (¿acaso no somos las personas lo más grandioso que ha existido sobre la faz de este Planeta?). La tarea repetitiva ha de ser reemplazada por espacios para la libertad donde las personas puedan atreverse a cometer errores (sin libertad no hay posibilidad de desarrollar cosas nuevas; en la empresa mecánica donde cada uno desarrolla su tarea, no hay errores, pero tampoco aprendizaje, porque no hay oportunidades para que se genere nuevo conocimiento).

La máquina es el señor del mal y el organigrama su lacayo más perverso. La organización departamentalizada dificulta la comunicación; la organización jerarquizada fomenta la competitividad y facilita la desconfianza; el control inhibe la creatividad, frena los sueños. No se puede medir a las personas por el tiempo que están, sino por lo que crean. Lo físico ha de ser reemplazado por lo emocional. Los individuos no son mano de obra (ni tan siquiera recurso humano) sino personas y conocimiento. La tarea ha de dejar paso a los espacios de libertad. La empresa jurásica se está extinguiendo.

Hemos de desprendernos de la herencia de las máquinas. Para algunos, estos artefactos han convertido al ser humano en el rey de la creación, dominando la naturaleza. Para otros el precio del progreso ha sido demasiado alto: las máquinas han incrementado de forma radical las actividades productivas dejando una profunda huella en la imaginación, pensamiento y sentimiento de las personas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A medida que avanza el siglo XX, creo que la relación del hombre con la máquina cambia de forma sustancial. El trauma de las cámaras de gas de Hitler y los efectos devastadores de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagashaki, que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial, transformaron definitivamente en horror la antigua fe en las virtudes benéficas de la tecnología.

Felicito al autor de este artículo por las conclusiones a las que llega, con las que estoy totalmente de acuerdo, pero sí es verdad que hecho en falta que se hubiese tratado el miedo que existe en la sociedad actual a que las máquinas nos quiten los puestos de trabajo. Según muchas personas existe una relación directa entre tecnología-máquinas y desempleo. ¿Esto es realmente así? ¿A más número de máquinas mayor tasa de desempleo? ¿Debemos desconfiar de las máquinas?

Desde que el mundo es mundo, o más bien desde el advenimiento de la sociedad industrial, las relaciones entre progreso técnico y empleo han sido tema constante de debate y de polémica.

Para algunos, las máquinas sustituyen al hombre y son la principal causa del desempleo. La historia desmiente a estos pesimistas. El progreso científico ha generado, desde la revolución industrial, un notable aumento de la productividad, ha hecho más competitivas a las empresas, ha permitido el crecimiento y ha abierto un campo formidable de nuevos productos y servicios, a menudo más baratos. Todos ellos factores que favorecen el empleo.
Pero también es cierto que la tecnología, por los aumentos de productividad y el ahorro de trabajo que aporta, ha provocado la supresión de algunas categorías de empleos o la contracción del empleo en algunos sectores. Para que la tecnología desempeñe plenamente su papel, tiene que haber un saldo claramente positivo entre la pérdida y la creación de empleo: ésta es, a fin de cuentas, la gran apuesta.

Fijémonos ahora en Europa. Los países y las regiones que registran los niveles más altos de desempleo son precisamente los más atrasados desde el punto de vista tecnológico. Que se lo digan a Asturias !!!

Este contraste resulta aún más claro si comparamos a la Unión Europea con los Estados Unidos y Japón, nuestros dos principales competidores en una economía cada vez más internacional y mundializada. En esos países, la situación del empleo es mejor. También la inversión en investigación y desarrollo tecnológico es mucho más importante que en el Viejo Continente. Parece evidente que se puede establecer una relación de causa a efecto.
A este bajo nivel de inversión se añade una fragmentación de los esfuerzos, con dispersión de la investigación y políticas nacionales insuficientemente coordinadas.

No cabe duda de que la Unión Europea posee investigadores de gran calidad. Su debilidad viene de la dificultad de transformar los logros tecnológicos en productos industriales y en éxitos comerciales. En dos palabras: A Europa le falta capacidad de innovación. Y España necesita rápidamente un tirón de orejas en temas de inversión en I+D. ¿Está nuestro país realmente preparado para competir en el futuro? Personalme diría que no. Estamos a años luz de países como Finlandia, Suecia,Holanda ...

Un saludo: Manuel Pérez Suárez