martes, febrero 21, 2006

¡Que me pongan un chip!


Acabo de leer que una empresa de vídeovigilancia de Cincinnati (Ohio) ha empezado a utilizar chips implantados en el cuerpo humanos para controlar el acceso de su personal a las zonas de seguridad restringidas de la compañía.

La emppresa es Citywatcher.com La polémica está servida. Multitud de voces críticas ya han puesto el grito en el cielo contra lo que consideran un nuevo paso en la invasión de la intimidad de los trabajadores.

Algunos se atreven a afirmar que es el fin de la privacidad. Y, entre tantas voces críticas, surge mi opinión: ¡que me pongan un chip!

Verdaderamente lo necesito. Soy incapaz de recordar todas las claves de acceso a los diferentes sitios web que utilizo cada jornada (mi blog, la plataforma de e-learning, la agencia de viajes, las diferentes líneas aéreas, la banca electrónica, las webs a las que estoy suscrito….); el otro día a mi teléfono móvil se le ocurrió pedirme el PIN: ni idea (y hasta que no se lo de se niega a trabajar); en más de una ocasión me he quedado sin dinero, he sido incapaz de recordar el PIN del cajero automático y he visto que éste se tragaba mi tarjeta (y explícaselo al tío del bar al que le tengo que pagar los dos euros del café); me vuelvo loco con las claves de las alarmas, con las contraseñas de las diferentes cuentas de correo electrónico; y, a pesar de todas mis desdichas, mi principal talón de Aquiles son las puñeteras llaves: las del coche, las de casa, las de la oficina; no solo odio llevar llaves encima (por su peso, su molesta forma, su tamaño, su ruido…) sino que además en muchas ocasiones no recuerdo dónde demonios las he dejado.

Sin duda necesito algo que me identifique unívocamente frente al resto de especímenes de la humanidad, ya sea un chip, un sistema de reconocimiento de rasgos faciales (face recognition) como el de Viisage o A4Vision, un sistema de reconocimiento de orejas (dicen los expertos que no hay dos iguales en el planeta), un sistema de reconocimiento de voz, de las venas de la parte superior de la mano (TechSphere) del iris de los ojos, de nuestro olor corporal (eSense) o un chip en mi cuerpo (VeriChip)

El modelo de chip utilizado por la empresa de vídeovigilancia americana Citywacher es de silicona y tiene el tamaño de un grano de arroz. Se coloca dentro de la piel y funciona como una tarjeta de acceso a las áreas protegidas de la empresa. Por supuesto, la implantación ha sido voluntaria, y se está revelando como una medida de seguridad muy eficaz. Según sus promotores, un área en el cual estos chip tienen mucho que aportar es la medicina: facilitará a hospitales, médicos y pacientes mejorar la asistencia y evitará errores, con información precisa sobre cada paciente y su condición sanitaria.

Existen muchas voces críticas, como la de una organización de Palo Alto, en California, llamada Profesionales de la tecnología por la responsabilidad social. Según ellos la sola idea de llevar algo implantado en el cuerpo, que no se puede apagar, supone una invasión total de la intimidad.

¿Intimidad? ¿Privacidad? ¿Existen? En la era de las TIC nuestro rastro digital es seguido por miles de sistemas; desde nuestra navegación por Internet (cuándo, desde donde, qué sitios vistamos, que páginas vemos, que mensajes enviamos) hasta nuestros movimientos bancarios (el banco sabe mis ingresos y mis gastos con detalle; cuanto pago de luz, de agua, de gas, el colegio de mis niños, mis créditos); no te cuento nada de los pagos que realizo con tarjeta de crédito (el lugar, el día, la hora, el importe, el concepto de todas mis compras: supermercado, restaurantes, viajes, regalos….); nuestra imagen es captada cada día por decenas de videocámaras (tráfico, seguridad en nuestra oficinas, cajeros automáticos, bancos, cuando nos detenemos delante de un comercio…); hacienda tiene registradas nuestras operaciones; y, sin necesidad de mencionar los satélites espía (o sistemas como el futuro Galileo), cualquiera es capaz de localizarnos a través de nuestro teléfono móvil gracias a la tecnología de celdas mediante las cual estos aparatos trabajan.

De manera que un chip en mi cuerpo no creo que haga mi vida menos privada; pero seguro la hace más cómoda. ¡Que me pongan un chip!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues no sé que decirte, Enrique.
Por un lado está esa facilidad para recordar tantas cosas que hoy en día necesitamos, pero por otro lado, la privacidad, que aún existe aunque nos cueste creer pese a las TIC's, es un concepto al cual, al menos de momento, no puedo ni quiero renunciar. Y eso, sin estar reñido con las tecnologías de hoy en día.
Y por no hablar qde tantos autores que, tiempo atras, comentaron que algún día todos estaríamos controlados, y que nuestro "amado" Gran Hermano sería una realidad a nivel planetario.
Lo que debemos es ser lo suficientemente inteligentes para conjugar nuestra capacidad de evolución tecnológica (¿somos incapaces de crear un sistema mediante el que todas nuestras cosas sean realizadas por un único PIN que no sea nuestro cuerpo?) con nuestra evolución (¿?) moral y social.
Ambas cosas no estan enfrentadas, salvo que ese dúo lo ampliemos con el interés económico. Aquí hablamos de otras cosas.
Por tanto, yo no estoy de acuerdo en esa notica, no me gusta, pues, una vez más, veo que vanmos a por lo fácil, no a por lo correcto.
¿Acaso no somos animales...racionales?
Jesús

Anónimo dijo...

Leyendo una noticia de una desgracia en unas minas de Mexico, me pongo a pensar en como es posible que siga ocurriendo cosas asi, pero creo que debe ser inevitable por mucha prevención que se pongan. Pero si creo que para que las labores de rescate sean mas rápidas e incluso se puedan salvar más vidas, si que pudiera ser de receta ínvitar a los trabajadores de estas minas a la colocación de un chip para su localización. En la ropa de esqui se utiliza desde hace mucho tiempo un sistema "Reccó" que emite una pequeña radiación que indica su posicionamiento, para posibles aludes o enterramientos en la nieve. El caso de los mineros podría ser similar, a la vez que se ponen el casco, que se inserten un chip , aunque sea de "quita y pon". Más allá de lo que es un acceso restringido o el recordar una password. Los sistemas innovadores están bien, pero se debe buscar el valor real, el valor añadido que aportan. En casos, la decisión puede ser voluntaria, pero en otros casos podría incluirse en las leyes existentes de caracter de prevención o seguridad.

Enrique de la Rica dijo...

Al hilo de lo comentado en mi comentario, acabo de leer un artículo que dice qe la mitad de los españoles no es capaz de recordar los números PIN de sus tarjetas (yo entre ellos)y el 65% no lo cambia nunca por miedo a no recordarlo. Entre otras curiosidades leo que una de cada diez personas "confía" el código PIN con su pareja. El 48% de los varones suele escoger números al azar para configurar su código PIN, mientras que el 33% de las mujeres tiende a elegir fechas específicas. Por otro lado, el 32% usa el mismo número para todas sus tarjetas, con lo que el ladrón que accede a una de sus cuentas puede hacerlo también a las demás. En concreto, el 38% de los hombres suele utilizar el mismo PIN para varias tarjetas, frente al 28% de las mujeres.La agenda es el lugar más popular para guardar el código PIN, seguido de una caja de seguridad y el móvil. Por sexos, los hombres prefieren guardar su PIN en la cartera, mientras que las mujeres se decantan por sus agendas personales.